Yo, la gran doctora Ligia,
administradora de empresas con un doctorado en administración. Me trajeron a
esta empresa con una gran oferta de dinero, 35 años, alta, delgada, piernas
carnudas y piel canela. Yo, toda una ejecutiva, perfecta. No he tenido tiempo
para las relaciones, y tampoco las necesito. Soy auto suficiente, cuando
necesito placer me lo doy yo misma, me hago a mi misma lo que me gusta; para ello tengo una variedad
de juguetes sexuales, así llego a mi
punto máximo. Exploto, eso es lo que más me gusta. La sensación de explotar me
hace libre y me encanta pensar que soy yo la dueña de esa libertad.
El primer día de trabajo me puse
como toda una diva, una ejecutiva de mi status debe siempre permanecer perfecta
y deseable. Me miré al espejo y me dije: Debes ser inalcanzable, todos deben
desear ser tú y amarte y al mismo tiempo deben tenerte
miedo; de eso se trata el poder. Me presentaron a todos los empleados, me
hicieron un gran recibimiento con bombas, ponqué y champaña – esta última algo
barata, pero hicieron el intento- llevaron música y los más lambones me dieron
chocolates y me saludaron de beso en la mejilla. Allí, entre tantos hipócritas, estaba él. Era un
tipo corriente, demasiado joven. Él solo me miraba de arriba abajo, me miraba y
no fue disimulado. Esto me hizo sentir rara, era lindo, pero ni siquiera se
acercaba al tipo de hombre que merece estar a mi lado, hice caso omiso y por ese día me hice la loca y deje de ponerle atención
a sus miradas.
Esa noche, no pude evitar empezar
a masturbarme en su nombre. Cogí mi vibrador más consentido, ese que me encanta
y que uso a menudo y una vez empezó a
funcionar, lo único que pude pensar fue en su mirada, esa que recorría todo mi
cuerpo, deseaba sus manos corriendo por mi cuerpo, pensaba en su lengua y en lo que podría hacer
con mi sexo si lo lamia hasta saciarse y saciarme, me imagine su pene erecto y
llegue al éxtasis aproximadamente 5 veces, solo pensando en él. Terminé
extasiada y mojada, dormí desnuda esa noche, pensando en que al día siguiente,
ese, que muy seguramente era el mensajero, me miraría pero como se mira a un jefe, con respeto.
Llegue y ahí estaba, su espalda
era grande y fornida, manos grandes y pesadas, muy varoniles, se notaba que tenía fuerza. Trate de no
saludarlo para evitar sentirme extraña nuevamente, pase por su lado ignorándolo
a él y a la recepcionista, efectivamente sí era el mensajero. Me dije a mi
misma: “Esta con las de su perfil, esa muchachita con el pelo teñido de un
color horrible y barato, es el tipo de mujer que se casa con un mensajero” y
entre al ascensor, él corrió y abrió las puertas y se hizo a mi lado. Enseguida
sentí su deseo encima mío, alce la cabeza para mirarlo y él de repente me beso
de la manera más excitante, enseguida mi ropa interior estaba mojada.
Me llevo disimuladamente al baño,
allí, sin importar nada, lamio mi sexo, lo lamio en todas las direcciones, esto
fue mejor que mi fantasía. Recorría mi cuerpo con sus manos varoniles, apretaba
mis pezones, los acariciaba; estaba sumida ante el placer que me producía,
estaba desconectada y desinhibida. Quería
gritar y reír y llorar de placer, pero sabía en el fondo que no era posible,
que estaba en el baño de la oficina. Luego, me cogió como suya, como un objeto,
apretaba con sus manos fuertes mis caderas, me voltio y me puso contra la pared
y me penetro por detrás mientras me masturbaba, y me besaba el cuello como si me
estuviera devorando. Finalmente me hizo darle sexo oral.
Terminamos, me arregle el vestido
y el maquillaje, salimos cada uno por su lado. Pensaba: es el mejor sexo que he
tenido en mi vida. Ese fue el segundo día y el último día que vi a ese hombre.
Pregunte por él en días posteriores y nadie me dio razón, aun no estoy segura
de su nombre. Quede trastornada desde ese día. Mi ego me hizo una mala jugada y entre los hombres que frecuento para encontrar algo igual a lo de ese día, solo me proporcionan uno o máximo dos orgasmos medio decentes. y si mal no recuerdo ese día fueron 5 en menos de una hora. ¿Dónde estará mi mensajero sexy?
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