Estaba
sentada en su escritorio, en su oficina, las cortinas que daban hacía la calle
estaban abiertas, era el piso 20 de una gran torre de oficinas, su impecable
escritorio ahora estaba todo revuelto debido al temblor nervioso de mis nalgas
semidesnudas, tenía solo un esqueleto blanco, su esqueleto blanco favorito, me
quedaba grande, por lo tanto mis pechos salían por los grandes huecos
destinados para los brazos, era largo, pero no lo suficiente para tapar mis
nalgas, no llevaba interiores pero si unas medias largas hasta la rodilla.
Estaba sentada con los pies en la silla, mis piernas se veían fabulosas el
atardecer las iluminaba y se veían deseables, me excitaba mi sensualidad y no
dejaba de pensar que esa sería una gran noche.
Cómo
todos los días, regresó a las cinco y cuarto con el vaso del tinto lleno hasta
el tope, con cuidado de no regarlo cerró la puerta sin levantar la mirada, con
dificultad lo logró sin derramar una gota de ese tan anhelado café, se dispuso
a dar un paso hacía su escritorio pero mi respirar me delató, me miró, no
estaba segura si estaba asustado o muy excitado, pero era una mirada de esas
que solo se pueden describir con palabras sueltas: mierda, deliciosa, mi jefe,
escritorio, pecado… Se quedó en su lugar, estiró su brazo y dejó la taza sobre
la mesa de cartas, me miró fijamente por cerca de un minuto, solo con esa
mirada sentí como mi vagina se humedecía con cada parpadeo, él tampoco lo podía
disimular, su pene se hacía cada vez más grande y su pantalón empezaba a
parecer pequeño.
Supongo
que estaba esperando que yo me moviera, así que puse mis sexys tacones sobre el
piso con fuerza y caminé directo así él, alternando la mirada entre sus ojos
inquietos y su deliciosa erección, cinco pasos, solo bastaron cinco pasos y un
esqueleto sexy para tenerlo derretido a mis pies. Mientras lo besaba y abrazaba
con mi lengua, lo fui llevando paso a paso al sofá, lo empujé y calló dispuesto
para mí. Le quité el pantalón y me arrodillé entre sus piernas abiertas, empecé
a sacarle prenda por prenda y me aseguraba que con cada uno de mis movimientos
pudiera sentir la gran humedad que corría por mi vagina, me deshice también de
sus interiores y estaba dispuesta a meter su gran pene en mi pequeña boca, pero
antes de eso tomé su dedo del corazón y lo introduje adentro de mi vagina, tan
adentro como pude y se le hice chupar en ese mismo instante y mientras él se
deleitaba con mi sabor en su boca me lancé rápidamente a su entrepierna, dando
mordiscos y besos extensos, gemía de placer y sus caderas no podían dejar de
moverse, iban a mí mismo ritmo, al son del placer.
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