¡Eran de lo peor! Pensaba Gabriela mientras tomaba sus onces, ella
no podía expresar el sentimiento que le salía de adentro de su pecho. Era
¿Culpa o resentimiento? –jum- se decía
alzando sus pequeños hombros. Su madre todavía no le había enseñado nada
acerca de esos sentimientos, no le había hablado sobre ellos y su profesora
tampoco. Lo que era cierto es que por un descuido, ahora sabía que ella debía
aprender a cuidarse, porque nadie la defendería. Gabriela era consciente de que
era muy pequeña, pero debía aprender pronto, un monstruo rondaba cerca de ella
y quería vencerlo con sus propias manos, quería justicia, aunque no entendía
cual era la dimensión de esa palabra.
¡Ven Gabriela, despídete de tu mami! – le dijo su profesora al
llegar al jardín temprano en la mañana.
Ella, como de costumbre se aferraba al regazo de su madre, este era "calientico" y seguro, la hacía sentir cómoda, allí, Gabriela no se sentía sola. Era el vínculo con su madre lo que le daba esta sensación reconfortante, sentía que todo estaba solucionado, que el mundo era bueno, que no había maldad alguna en el hombre. Ese rincón de su cuerpo, el hombro de su mamá, en el cual ella dormía cuando la llevaban al jardín: era magico, ella debía desprenderse un poco de él y empezar la rutina de su día. Se despidió de un beso en la mejilla y siguió al salón, mientras su madre y la maestra hablaban de ella y de sus no acostumbradas conductas. Gabriela odiaba que hablaran tan duro y que todos, incluida ella, escucharan lo que decían, le parecía una falta de respeto el hecho de que no se tomaran la molestia de hablar para ellas solas, era vergonzoso. Lo peor, siempre escuchaba lo mismo desde hace dos semanas iniciando por la maestra:
- Mamá, Gaby está muy rara. Ha dejado de ser la niña de siempre,
¿usted la ha regañado muy duro?
- No, usted sabe que yo sería incapaz, dijo su madre con voz fuerte.
-entonces, ¿qué puede estar pasando? – preguntó la profesora
-no sabría decirle, es usted la que sabe de ser profesora y esas
cosas. Yo, a duras penas trabajo de empleada en las casas.
-Mamá,-volvio a decir la profesora - disculpe pero no debe ser tan
grosera, es importante para nosotras saber su opinión. Y lo que pasa con Gaby
en la casa.-y la miraba de manera despectiva
-¡no pasa nada! –exclamo su
mamá y alzaba los brazos en foma de amenaza-Ya le he explicado que no pasa
nada, no será usted la que pone así a la
niña, porque ella en la casa se porta súper bien.
-Nosotras estamos aquí para que los niños estén bien, por eso le
hago esas preguntas. De todas maneras voy a seguir observando, gracias por su tiempo. Y la profesora cerro la puerta.
Gabriela se irritaba por estas conversaciones, su mamá y la “profe”
que más quería no se llevaban bien, y era por su culpa. Pero cómo explicarles
que no es ella, que no quiere estar así como ellas dicen, que quisiera estar bien, pero que ese maldito
monstruo no la deja, siempre está en su mente atormentándola, llenándola de
miedo, hasta en sus más dulces sueños, viene él a destruirlos, a llenarlo todo
de gris. Ese gris que la lleva a sentir que debe alejar a todo el mundo,
incluso a su gran amigo. Peter, Tan lindo y bueno que era y ella ya no era
capaz de hablarle como antes, ni siquiera era capaz de contarle sobre su temor,
no le gustaba la idea de que él fuera a pensar que estaba loca. Toda la situación le generaba cierta vergüenza
y no sabía por qué, lo ignoraba completamente, pero aun así la vergüenza era
grande.
El día pasaba lentamente, las actividades que hacia la profesora
eran cada día más aburridas, pero eso no
era tan malo, Gabriela esperaba que el tiempo se detuviera para que no llegara
la noche, no quería ver al monstruo, así que prefería pasar ocho horas eternas
siendo el bicho raro de su salón de clase, que regresar a su habitación y
encontrarse con el monstruo ladrón de su alegría.
-Hey Gaby que pasa, ¿por qué ya no quieres jugar conmigo? Se atrevió a preguntarle Peter
con voz amable.
-no me molestes Peter, no tengo ganas de jugar, DE-JA-ME SOLA, La
pequeña Gabriela grito tan fuerte que incluso la profesora del salón vecino fue
a ver qué pasaba.
-Peter, ¿qué
le hiciste a Gabriela? –exclamo la profesora
-Nada profe, nada, solo quería jugar con ella. Dijo Peter bajando la
mirada y alejándose.
Las profesoras se miraron y salieron del salón, luego de un rato
largo la profesora de Gabriela regresó y le pidió a la pequeña que la
acompañara, eso hacía parte de la rutina diaria, las mismas preguntas, las
largas charlas con la psicóloga, por qué nadie entendía que hablar del monstruo
no era lo que Gabriela quería, era horrible que siempre la hicieran sentir como
si algo estuviera mal en ella.
Finalmente llegó el momento que Gabriela no quería que pasara, llego
la tarde y era hora de ir a casa, su mamá vino a recogerla, nuevamente la
charla con la profesora, sobre su actitud extraña y agresiva con un compañero.
- ¿agresiva? no fui
agresiva con Peter, solo no quería jugar, odio jugar- pensaba mientras su mamá
y la profesora tenían la misma discusión de la mañana.
-Pues sí las cosas siguen así profesora no tendré más remedio
que retirar a mi hija de aquí, buscaré otro lugar para ella . Dijo su madre ofuscada.
Gabriela despertó de inmediato de su ensoñación al escuchar
eso, no podía creer que su mamá quisiera cambiarla de jardín, era el único
lugar donde se sentía a salvo y querida, era el único lugar donde el monstruo
no iría a buscarla, la sola idea de pensar en estar lejos de su profesora, de
Peter, de sus otros amigos hacia que quisiera llorar, tendría que idear un
plan, para que su mamá se calmara y la dejara seguir yendo al jardín y además debía tratar de disimular el miedo y
la tristeza que sentía, para que todos la dejaran tranquila.
-¿Mamá
verdad que no me vas a cambiar de jardín? Le dijo Gabriela a su mama cuando llegaron
a su casa.
-Pues si no me dices de una vez por todas, por qué tu profesora
todos los días me dice que algo está mal en ti, no voy a tener más remedio que
buscar otro lugar, o dejarte en casa, así que necesito que me digas que pasa
Gabriela.
-Nada mamá, es solo que… -Grabriela se quedó cayada un momento, bajó
la mirada, luego la alzó, miro a su madre, se perdió en sus profundos ojos negros y
pensaba: tú no podrías entender lo que me pasa, te haría sufrir demasiado la
idea, amas mucho, estas ciega, quizás lo ames más que a mí. Y solo dijo con
ojos llorosos: Ma, por favor no me cambies de jardín, te prometo cambiar, te
prometo que cambiaré.
Su madre le dijo -hija, por favor. Compórtate como una señorita y no
te cambio, si es lo que deseas.
Gabriela había manipulado a su madre y por ahora se salvaba unos
días de la idea de que la cambiaran de jardín, debía idear un plan para que su
profesora no le molestara. Había llegado la hora de dormir y por el momento Se
le había olvidado su miedo, sin embargo le pidió a su madre que le dejara la luz
prendida, a lo cual accedió, solo por esa noche pues Si ella dejará la luz
prendida todos los días como lo quería Gabriela, el recibo llegaría muy caro y
poseerían problemas. Su hogar era humilde, el dinero nunca alcazaba y las
peleas por su ausencia la lastimaban mucho. Por más que su mama se esforzara
trabajando, solo lo hacía por días en una casa de familia, tenía que ir a
limpiar la suciedad de otros para poder mantener su Familia...
Gabriela se encontraba en un laberinto sin salida, era una especie de escalera en rombo, si ella miraba para arriba no había fin a esa escalera y si miraba para abajo tampoco tenía comienzo, a pesar de que caminara y subiera esas escaleras, no avanzaba, ella caminaba y caminaba, pero no había nada, solo la misma escalera. No aguantó más y del desespero se lanzó al vacío, pero allí se encontró con el monstruo, alto y con dedos largos que la tocaban, mientras hacia esa sonrisa macabra y amarilla, ella le gritó duro: ¡NO ME TOQUES! En ese momento se rompieron las dos dimensiones en donde se encontraba Gabriela, la de su mente y la de la realidad, estas se mezclaron, su madre escucho el grito, se acercó al cuarto y vio al monstruo, ese que ella no había visto de mala manera antes.
Le relucían sus dientes amarillos, y le dijo asustada: ¡Tú qué estás haciendo¡ a lo que su pareja respondió con un golpe en su cara, y una patada en su estomago. Le dijo gritando: ¡Tú hablas de esto y te mato! Mirándola fijamente. Gabriela nunca vio tanto miedo en la cara de su madre, ella lo sabía, su madre no era fuerte y por eso nunca le había contado sobre lo que su padrastro le hacia la mayoría de las noches. Después de los gritos ese maldito monstruo no se conformó con todo lo que ya había hecho, su mente trastornada hizo que también abusara de su madre y mientras ella lloraba, el se reía, Gabriela Veía.
Gabriela se encontraba en un laberinto sin salida, era una especie de escalera en rombo, si ella miraba para arriba no había fin a esa escalera y si miraba para abajo tampoco tenía comienzo, a pesar de que caminara y subiera esas escaleras, no avanzaba, ella caminaba y caminaba, pero no había nada, solo la misma escalera. No aguantó más y del desespero se lanzó al vacío, pero allí se encontró con el monstruo, alto y con dedos largos que la tocaban, mientras hacia esa sonrisa macabra y amarilla, ella le gritó duro: ¡NO ME TOQUES! En ese momento se rompieron las dos dimensiones en donde se encontraba Gabriela, la de su mente y la de la realidad, estas se mezclaron, su madre escucho el grito, se acercó al cuarto y vio al monstruo, ese que ella no había visto de mala manera antes.
Le relucían sus dientes amarillos, y le dijo asustada: ¡Tú qué estás haciendo¡ a lo que su pareja respondió con un golpe en su cara, y una patada en su estomago. Le dijo gritando: ¡Tú hablas de esto y te mato! Mirándola fijamente. Gabriela nunca vio tanto miedo en la cara de su madre, ella lo sabía, su madre no era fuerte y por eso nunca le había contado sobre lo que su padrastro le hacia la mayoría de las noches. Después de los gritos ese maldito monstruo no se conformó con todo lo que ya había hecho, su mente trastornada hizo que también abusara de su madre y mientras ella lloraba, el se reía, Gabriela Veía.
Como es costumbre en mi sociedad, la madre de Gabriela,
dejo que Carlos, el monstro de ella y su hija, siguiera abusando de ellas,
siguiera maltratándolas. Esto por el miedo. ¿Miedo a que? A estar “sola” porque
así era más fácil mantener el hogar, decía convencida. Convencida de que su inmundicia era
lo más cercano a la felicidad que se merecía. Además de vez en cuando, era
feliz con él y se le olvidaba que ya había elegido el rol de ser mamá, dejaba
de importarle sus comportamientos, lo justificaba sin que él se lo pidiera, por
no perderlo, por no estar abandonada como siempre, así era la vida, era lo
justo para ella y su hija-por lo menos no estaban debajo de un puente- se repetía
todas las mañanas mirándose al espejo
Cuando Gabriela pudo “defenderse”, a eso de los 7 años, habló con una de sus profesoras en el colegio y ella le dijo:
Cuando Gabriela pudo “defenderse”, a eso de los 7 años, habló con una de sus profesoras en el colegio y ella le dijo:
-Nena, tienes que ser fuerte, trataré de ayudarte.
La profesora llevó el caso a la comisaría y este, como también es
costumbre, se quedó archivado en una caja, la número 54, folio 13. El profesional que atendió el caso era tan mediocre, que al hacer la visita
correspondiente, no encontró nadie en casa ese día, decidió que no pasaba nada
con la niña y su madre y firmo el cierre del caso. Gracias a esto, Gabriela duro siendo abusada
por más de 13 años y entendió la pregunta que se hacía cuando tenía 2 años sobre
la justicia y aprendió que no existe menos en su país: Colombia. Es solo un invento más para hacer que los
que dominan el mundo, lo sigan gobernando.
Así como Gabriela, existen muchas niñas, niños y mujeres que son
abusadas y abusados sexualmente o que han sido maltratados física y emocionalmente
en algún momento de sus vidas y aunque parezca cliché, en este momento en donde
todo el mundo habla de lo mismo. Realmente el tema toma relevancia porque es
algo que sí ha pasado y que sigue pasando y que no va a dejar de suceder hasta
que no estemos consientes de que no lo podemos permitir, en ser consientes del
dolor del otro, de que no somos los únicos en la tierra, que sí nosotros
sufrimos, el que está al frente mío también. Esto va a dejar de suceder cuando los profesionales trabajen para cambiar el mundo, cuando trabajen sin importar la paga, cuando trabajen en lo que les apasiona, cuando trabajen en algo que les haga sentir vivos.
Lo que les cuento, no me lo invente, está basado en la vida real
de una niña que afortunada o desafortunadamente tuve que conocer, por su mamá y
su padrastro, (que aunque era sospechoso de abuso, iba a recoger a la niña con
permiso de su mama todas las tardes al jardín), por todas esas historias de mis
propias amigas que he tenido que escuchar, esas que todavía no entiendo,
sobretodo Por ese: “No puedo vivir sin
él” sentimiento de inferioridad que se ha impuesto en nuestras mentes de mujer.
Debemos ser las débiles, las educadas, las señoritas, las recatadas, las niñas
de su casa, las vírgenes, puras y castas. ¿Y nuestros derechos y nuestra
dignidad qué?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario